Por Héctor Palacio
Fellini una noche, en un ferrocarril
A las 23:58,
abandono Termini. Tren último de la jornada. Poco antes se anunciaban las
puertas de las corridas del amanecer, mas no la que impaciente esperaba. En
tanto, una señora con extraño acento me inquiría. Algún dialecto, creí. Al fin,
llegó y salió el convoy con retraso. Cargué y subí las maletas de quien resultó
ser inmigrante rumana en Roma. En mi vagón, sólo sujetos. Contrario a Cortázar
en un tren de Bruselas a París (Fantomas
contra los vampiros multinacionales), en vano esperé a que entrara la
romana plateada que alegrara nuestro viaje. Lento avance. Dormitábamos todos
entre los vapores del calor cuando, abrupta, apareció la policía solicitando
documentos. ¿Por qué mi vagón, es aleatorio el asunto? De esta escena en
adelante todo sucedería como entre brumas, incluida la de los cigarros que
tanto se fumarían en cada estación de la línea ferroviaria.
00:03: Avanza el tren. Al fin, dormir al
menos cinco horas después de dos noches de insomnio. Mañana estaré fresco.
00:25: Policías. Golpean la puerta con
cierta autoridad burocrática y asoman tres policías bastante avejentados. Con
los cinco documentos locales y mi pasaporte mexicano a la mano, se repliegan al
pasillo. Los compañeros de viaje comienzan a hablar y a reír entre ellos como
identificados con el trámite. La autoridad hace una llamada telefónica y
solicita información sobre los sujetos. No le escuchan del otro lado: «Piú
forte? Ti chiedo l’informazione su… —aquí van los nombres, uno por uno, los
italianos, un turco y espero escuchar el mío mientras esta especie de vitelloni
se burla del folclorismo de los carabinieri—, che non mi senti?, mannaggia!».
Llaman al turco. Regresa tranquilo y empieza un argumento con otro compañero
sobre las leyes italianas en las cuales cree; está nacionalizado, mas el otro,
que es actor, se avienta un discurso humanista contra el autoritarismo
fascista.
00:35: Africano. Un chavo, cigarrillo en
mano, llega e invita a otro del vagón al pasillo, para il fumo. El segundo se
niega porque aguarda el documento que tiene la policía. «Cazzo polizía», dice
el africano, «andiamo!». Se tiene que ir solo después de mucho insistir.
01:10: Billeteros. Entre sueños oigo
pláticas sobre i carabinieri, la corrupción burocrática, la inmigración. Voy
pegado a la ventanilla, donde están las células de la calefacción que resecan y
sofocan el ambiente y las narices. Los billeteros son prestos, se marchan.
Voces entre vapores y el monótono movimiento del tren.
01:30: Vuelta de policías. Ya adormilado, me
avivé con los gritos de los policías que acuden al llamado de los billeteros.
«Dove è il tuo biglietto?», se escucha. No alcanzo a ver, todos observan de pie
la escena. Un pasajero con voz cascada y llorosa dice que no tiene boleto. Los
policías, interpreto, lo jalonean. «Lasciatemi!, lasciatemi!, lasciami!,
ammazzami!, ammazzami!, sparami al mezzo, sparami al mezzo». «Un cane, quello è
che sei, un cane, alzati maledetto!». Y el borracho, que es también africano:
«Non lascio qui, chiami l’ambulanza, vai, mi sento male!». «Dove vai?, paghi
cane!». Y el perro no tiene con qué pagar.
01:52: Mujer policía. Ajustada en pantalones
que muerde con las nalgas, atractiva, aparece en escena y se une a los
carabinieri ancianos. Pone un poco de orden.
02:05: Pareja. Cruza, arrastrando bultos y
maletas pesadísimas, un par. Ella se queja a gritos del inútil: «Ma, dov’è il
posto? Porca miseria, cammina, mannaggia!...».
02:15: Africano custodiado. Por andar de
fresco paseándose entre vagones y carrozas, por andar fumando y bebiendo por
aquí y allá y por tampoco tener boleto ni papeles (en vez de haberse ocultado
en el baño como sugirieron a posteriori los italianos) pillaron al muy pendejo.
02:22: Asomados. El tránsito en los pasillos
recuerda galeras caóticas desbordas de animales donde todos hablan, ríen,
argumentan y arrojan bromas a un tiempo.
02:48: Duermevela. Suena un vago acordeón
una canción napolitana ante la Fontana di Trevi en la que, encantadora y
sensual, se moja Anita Ekberg y una señora en los arcos de Bologna se me tira a
los pies dando de gritos: «Voglio morire, me voglio morire, aiuto, aiutami!»,
leo entre nubarrones, bruma veneciana vaporosa, el marco que anuncia a un
médico y timbro urgido, la señora aúlla: «aiuto!». Responden del interfono: «Il
dottore non è oggi qui!». Temo que se me muera la matrona, bien vestida,
abrigo, sombrero y con un bolso enorme de mano. Llega un señor para ayudar y le
dice: «Ti ho detto di non bere piú, mannaggia!». La levantamos y su alcohólico
aliento me baña el rostro mientras al fin el médico abre el portón; y ya en una
iglesia, la que mira desde la fuente la sueca de Malmö, Anita, a la entrada de
los turistas y feligreses, una mujer que parece hombre o un hombre que parece
mujer, robusta/o, pero con muchas arrugas y un solo diente al medio, meciéndose
sentada sobre sus piernas cual autista portentosa y sonando una lata con pocas
monedas lloriquea: «Aiuta a la povera María!, aiuta a la povera María!», con
una voz ronquísima y profunda mientras un gordo que cortaba el puerco en trozos
en la Piazza Navona, cuchillo en mano, me quiere cobrar de más y el organista
ha cambiado de canción y suena a Nino Rota y una soprano gorda canta afectada
cuando adelgazó antes de volver a engordar; una procesión de artistas
fracasados y muertos de hambre camina en busca de vino, pan y patrocinio; Cayo
Petronio antes de sangrar hasta morir escribe trazos estrafalarios del
Satiricón ignorante de que serán también una película; Giulietta Masina me
sonríe bailando los ojos como si yo fuera un Zampanò sin motocicleta, y una
jauría de mujeres hermosas pero histéricas corriendo por entre ruinas y
coliseos sicodélicos me reclama no sé qué cosas…
02:55: Policías, africano y borrachito. Ya
está más que discutido. En la próxima estación, i carabinieri echarán a patadas
a los negritos. Ya están los protagonistas ante la puerta del vagón para
arrojarlos.
02:57: Pasillos. Vías de tren, furgones que
son romería, una feria, una procesión italiana de santos, vírgenes y cuetes, es
decir, muy pueblerina; como en el cine o una ópera verista.
03:10: Tren varado. Hasta que no se concluya
la cuestión, estaremos detenidos. El joven africano es bajado a empellones, el
viejo se queda a bordo. Suena el silbato de quien lo toque.
03:30: Tortuoso avance. Tras acalorada
querella, escándalos cercanos y lejanos de variedad sin luces, proseguimos.
03:31: Actor, billeteros y policías. Nos
enteramos de que han pagado el pasaje del anciano borracho hasta cierto tramo,
por eso lo han dejado en paz. Poco antes, todos reían del actor que al inicio
se mofaba de lo que sucedía en el ambiente y que ahora está inmerso en una
discusión a fondo con los carabinieri y la mujer policía apretada. A todos les
va tocando su turno italianesco. Che buffonata!
03:50: Discusión a bordo: Immigrati…
Berlusconi… Fiduccia… sinistra… destra… sinistra moderata, moderna e
svergognata, sinvergüenza… africanos… turcos… polizia burocratica… trenes…
arrogancia italiana, grandilocuencia romana… Mussolini… popolo italiano…
Napoli… Roma… Venezia… Milano… Bologna… Firenze... Sicilia… spaghetti al
pomodoro fresco, alla carbonara… la vera pizza fritta napoletana… vinos al sur
de la bota… prosecco… Messico… drogas… gli Stati Uniti… inmigrantes… la
sinistra moderna mondiale che é una miseria, una vera sporcizia, una merda…
03:55: Rumana. En una villa, baja la señora
y entre gritos todos ayudamos a pasar valijas pesadas.
04:00: Diálogo. El actor expone el trabajo
de su grupo milanés con base en La commedia dell’arte. Hablamos de Darío Fo y
Luigi Pirandello, ya que estamos en su país. Arte, literatura, teatro, ópera,
cine, todo italiano. Acabamos nuevamente en los carabinieri miserabili, los
inmigrantes del mundo, la destra e la sinistra internazionale, y, sopra tutto,
despotricando contra la sinistra moderata, la izquierda cínica que dialoga todo
con todos, la que negocia en todas partes, en México o en Italia.
04:…: Inconfundible y distante, lánguido, se
escucha el aullido del tren en los diversos pueblos en que se detiene mientras
todos quedan dormidos. 04:58: Súbito. Despierto o creo despertar, y creo
descender entre neblinas en mi lugar de destino, alguna pequeña ciudad perdida
de Puglia. Los compañeros de viaje gritan. «Eh, ragazzo, siete arrivato, in
fretta, che il treno se ne va!».
P.d. Creeré
tomar dos cafés expreso y un panino con prosciutto, para despejar mi tercera
noche insomne. Una rubia mujer madura de bellos rasgos afilados e italianísimos
ojos se acerca a mí entre la bruma de un caffè latte espumeante y un libro
abierto entre sus manos.
Publicado originalmente el 26 de febrero 2011 y recogido en la colección de cuentos y narraciones de viaje En busca de Nils Runeberg y otros ejercicios. Praxis/SDPnoticias, 2016.
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