domingo, 3 de abril de 2011

Fellini una noche, en un ferrocarril

Por Héctor Palacio


Fellini una noche, en un ferrocarril

A las 23:58, abandono Termini. Tren último de la jornada. Poco antes se anunciaban las puertas de las corridas del amanecer, mas no la que impaciente esperaba. En tanto, una señora con extraño acento me inquiría. Algún dialecto, creí. Al fin, llegó y salió el convoy con retraso. Cargué y subí las maletas de quien resultó ser inmigrante rumana en Roma. En mi vagón, sólo sujetos. Contrario a Cortázar en un tren de Bruselas a París (Fantomas contra los vampiros multinacionales), en vano esperé a que entrara la romana plateada que alegrara nuestro viaje. Lento avance. Dormitábamos todos entre los vapores del calor cuando, abrupta, apareció la policía solicitando documentos. ¿Por qué mi vagón, es aleatorio el asunto? De esta escena en adelante todo sucedería como entre brumas, incluida la de los cigarros que tanto se fumarían en cada estación de la línea ferroviaria.

   00:03: Avanza el tren. Al fin, dormir al menos cinco horas después de dos noches de insomnio. Mañana estaré fresco.

   00:25: Policías. Golpean la puerta con cierta autoridad burocrática y asoman tres policías bastante avejentados. Con los cinco documentos locales y mi pasaporte mexicano a la mano, se repliegan al pasillo. Los compañeros de viaje comienzan a hablar y a reír entre ellos como identificados con el trámite. La autoridad hace una llamada telefónica y solicita información sobre los sujetos. No le escuchan del otro lado: «Piú forte? Ti chiedo l’informazione su… —aquí van los nombres, uno por uno, los italianos, un turco y espero escuchar el mío mientras esta especie de vitelloni se burla del folclorismo de los carabinieri—, che non mi senti?, mannaggia!». Llaman al turco. Regresa tranquilo y empieza un argumento con otro compañero sobre las leyes italianas en las cuales cree; está nacionalizado, mas el otro, que es actor, se avienta un discurso humanista contra el autoritarismo fascista.

   00:35: Africano. Un chavo, cigarrillo en mano, llega e invita a otro del vagón al pasillo, para il fumo. El segundo se niega porque aguarda el documento que tiene la policía. «Cazzo polizía», dice el africano, «andiamo!». Se tiene que ir solo después de mucho insistir.

   01:10: Billeteros. Entre sueños oigo pláticas sobre i carabinieri, la corrupción burocrática, la inmigración. Voy pegado a la ventanilla, donde están las células de la calefacción que resecan y sofocan el ambiente y las narices. Los billeteros son prestos, se marchan. Voces entre vapores y el monótono movimiento del tren.

   01:30: Vuelta de policías. Ya adormilado, me avivé con los gritos de los policías que acuden al llamado de los billeteros. «Dove è il tuo biglietto?», se escucha. No alcanzo a ver, todos observan de pie la escena. Un pasajero con voz cascada y llorosa dice que no tiene boleto. Los policías, interpreto, lo jalonean. «Lasciatemi!, lasciatemi!, lasciami!, ammazzami!, ammazzami!, sparami al mezzo, sparami al mezzo». «Un cane, quello è che sei, un cane, alzati maledetto!». Y el borracho, que es también africano: «Non lascio qui, chiami l’ambulanza, vai, mi sento male!». «Dove vai?, paghi cane!». Y el perro no tiene con qué pagar.

   01:52: Mujer policía. Ajustada en pantalones que muerde con las nalgas, atractiva, aparece en escena y se une a los carabinieri ancianos. Pone un poco de orden.

   02:05: Pareja. Cruza, arrastrando bultos y maletas pesadísimas, un par. Ella se queja a gritos del inútil: «Ma, dov’è il posto? Porca miseria, cammina, mannaggia!...».

   02:15: Africano custodiado. Por andar de fresco paseándose entre vagones y carrozas, por andar fumando y bebiendo por aquí y allá y por tampoco tener boleto ni papeles (en vez de haberse ocultado en el baño como sugirieron a posteriori los italianos) pillaron al muy pendejo.

   02:22: Asomados. El tránsito en los pasillos recuerda galeras caóticas desbordas de animales donde todos hablan, ríen, argumentan y arrojan bromas a un tiempo.

   02:48: Duermevela. Suena un vago acordeón una canción napolitana ante la Fontana di Trevi en la que, encantadora y sensual, se moja Anita Ekberg y una señora en los arcos de Bologna se me tira a los pies dando de gritos: «Voglio morire, me voglio morire, aiuto, aiutami!», leo entre nubarrones, bruma veneciana vaporosa, el marco que anuncia a un médico y timbro urgido, la señora aúlla: «aiuto!». Responden del interfono: «Il dottore non è oggi qui!». Temo que se me muera la matrona, bien vestida, abrigo, sombrero y con un bolso enorme de mano. Llega un señor para ayudar y le dice: «Ti ho detto di non bere piú, mannaggia!». La levantamos y su alcohólico aliento me baña el rostro mientras al fin el médico abre el portón; y ya en una iglesia, la que mira desde la fuente la sueca de Malmö, Anita, a la entrada de los turistas y feligreses, una mujer que parece hombre o un hombre que parece mujer, robusta/o, pero con muchas arrugas y un solo diente al medio, meciéndose sentada sobre sus piernas cual autista portentosa y sonando una lata con pocas monedas lloriquea: «Aiuta a la povera María!, aiuta a la povera María!», con una voz ronquísima y profunda mientras un gordo que cortaba el puerco en trozos en la Piazza Navona, cuchillo en mano, me quiere cobrar de más y el organista ha cambiado de canción y suena a Nino Rota y una soprano gorda canta afectada cuando adelgazó antes de volver a engordar; una procesión de artistas fracasados y muertos de hambre camina en busca de vino, pan y patrocinio; Cayo Petronio antes de sangrar hasta morir escribe trazos estrafalarios del Satiricón ignorante de que serán también una película; Giulietta Masina me sonríe bailando los ojos como si yo fuera un Zampanò sin motocicleta, y una jauría de mujeres hermosas pero histéricas corriendo por entre ruinas y coliseos sicodélicos me reclama no sé qué cosas…

   02:55: Policías, africano y borrachito. Ya está más que discutido. En la próxima estación, i carabinieri echarán a patadas a los negritos. Ya están los protagonistas ante la puerta del vagón para arrojarlos.

   02:57: Pasillos. Vías de tren, furgones que son romería, una feria, una procesión italiana de santos, vírgenes y cuetes, es decir, muy pueblerina; como en el cine o una ópera verista.

   03:10: Tren varado. Hasta que no se concluya la cuestión, estaremos detenidos. El joven africano es bajado a empellones, el viejo se queda a bordo. Suena el silbato de quien lo toque.

   03:30: Tortuoso avance. Tras acalorada querella, escándalos cercanos y lejanos de variedad sin luces, proseguimos.

   03:31: Actor, billeteros y policías. Nos enteramos de que han pagado el pasaje del anciano borracho hasta cierto tramo, por eso lo han dejado en paz. Poco antes, todos reían del actor que al inicio se mofaba de lo que sucedía en el ambiente y que ahora está inmerso en una discusión a fondo con los carabinieri y la mujer policía apretada. A todos les va tocando su turno italianesco. Che buffonata!

   03:50: Discusión a bordo: Immigrati… Berlusconi… Fiducciasinistradestrasinistra moderata, moderna e svergognata, sinvergüenza… africanos… turcos… polizia burocratica… trenes… arrogancia italiana, grandilocuencia romana… Mussolini… popolo italianoNapoliRomaVeneziaMilanoBolognaFirenze... Siciliaspaghetti al pomodoro fresco, alla carbonara la vera pizza fritta napoletana… vinos al sur de la bota… proseccoMessico… drogas… gli Stati Uniti… inmigrantes… la sinistra moderna mondiale che é una miseria, una vera sporcizia, una merda

   03:55: Rumana. En una villa, baja la señora y entre gritos todos ayudamos a pasar valijas pesadas.

   04:00: Diálogo. El actor expone el trabajo de su grupo milanés con base en La commedia dell’arte. Hablamos de Darío Fo y Luigi Pirandello, ya que estamos en su país. Arte, literatura, teatro, ópera, cine, todo italiano. Acabamos nuevamente en los carabinieri miserabili, los inmigrantes del mundo, la destra e la sinistra internazionale, y, sopra tutto, despotricando contra la sinistra moderata, la izquierda cínica que dialoga todo con todos, la que negocia en todas partes, en México o en Italia.

   04:…: Inconfundible y distante, lánguido, se escucha el aullido del tren en los diversos pueblos en que se detiene mientras todos quedan dormidos. 04:58: Súbito. Despierto o creo despertar, y creo descender entre neblinas en mi lugar de destino, alguna pequeña ciudad perdida de Puglia. Los compañeros de viaje gritan. «Eh, ragazzo, siete arrivato, in fretta, che il treno se ne va!».



P.d. Creeré tomar dos cafés expreso y un panino con prosciutto, para despejar mi tercera noche insomne. Una rubia mujer madura de bellos rasgos afilados e italianísimos ojos se acerca a mí entre la bruma de un caffè latte espumeante y un libro abierto entre sus manos.


Publicado originalmente el 26 de febrero 2011 y recogido en la colección de cuentos y narraciones de viaje En busca de Nils Runeberg y otros ejercicios. Praxis/SDPnoticias, 2016.

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