sábado, 23 de abril de 2011

David Oistrakh: Más allá del violín y el régimen

Por Héctor Palacio @NietzscheAristo

Gracias a la generosidad de Gabriel Careaga y Paco Ignacio Taibo, durante la transición del siglo pasado al presente, publiqué un buen número de textos en El Universal y la revista Siglo XXI sobre temas relacionados con la cultura: crónicas y notas críticas de sobre música, ópera, cine, libros, teatro, etc. Muy interesante, pero llegó el punto del tedio y renuncié a textos semejantes para ocuparme de otros intereses. Extrañamente, recibí hace poco un correo electrónico masivo de La Academia de Música del Palacio de Minería (con la cual no tengo ningún contacto), invitándome a ver la película-documental “David Ostrakh: ¿Artista del pueblo?” (1994) de Bruno Monsaingeon, el pasado 25 de marzo en el Anfiteatro Simón Bolívar. De la extrañeza pasé al contento, ya que Oistrakh ha sido para mí un intérprete significativo desde que conocí sus grabaciones y filmes, y en quien, progresivamente, he ido descubriendo a un artista excepcional. En consecuencia, he aquí algunas elucubraciones.

La película exhibe un material extraordinario reunido tras años de búsqueda en la aún Unión Soviética. La pregunta del título refiere al uso político que durante el régimen soviético se hacía de los artistas (y de los deportistas, científicos, escritores, etc.), para exaltar las cualidades del comunismo. Al formarse en escuelas del mismo, el artista debía pensarse más que como una conquista individual, como un logro más del “sistema del pueblo”. El cuestionamiento, no obstante que pudiera ser irónico, es a mi juicio equivocado. Ser o no ser artista-producto del régimen soviético no es el componente crucial en el sentido artístico de Oistrakh.

Y era inevitable que en la ronda al final de la proyección se planteara la interrogante prototipo en estos casos: ¿Se forman mejores artistas bajo un régimen totalitario o en los (considerados) democráticos? La respuesta de Monsaingeon me pareció también errática, ambigua al menos: Que él se ha estado preguntando lo mismo por años y no tiene respuesta clara. Y se equivoca porque durante el siglo XX, tanto los países del “socialismo realmente existente” como del capitalismo concibieron productos de arte extraordinarios. Parte de la tensa dinámica de la guerra fría consistía en demostrar la superioridad de un sistema sobre el otro en todos los campos posibles. El del arte no escapaba a ello. Occidente y el capitalismo “desarrollado” ha persistentemente estimulado el desarrollo artístico. En su variante sajona no siempre insuflado de un espíritu humanitario y solidario, particularmente en Estados Unidos donde arte y cultura prolongan usualmente la dinámica de la competencia y el mercantilismo y se solaza más bien en la “industria del entretenimiento”. En la Unión Soviética se puso férreo énfasis en la educación y fue siempre evidente la destreza técnica de sus artistas, atletas, científicos y demás. Oistrakh, en este sentido, es parte de ese proceso, de ese hincapié del régimen soviético y él lo asumiría así con honestidad y convicción; estaba obligado con el sistema De allí que inclusive se afiliara al Partido Comunista (lo mismo que hiciera su maestro, el violinista y pedagogo de excepción, Pyotr Stoyarsky), y que su imagen fuera utilizada como parte de la propaganda. Que aceptara las condiciones para salir al extranjero con un límite de 90 días y entregando parte de sus ganancias al Estado (cosa que por otro lado, no parecen del todo extrañas en “occidente” mismo). Naturalmente que nada justifica la imposición por parte del Estado de una estética, como pretendió el estalinismo, ni la presión sobre la libertad del proceso creativo. Pero es necesario estudiar caso por caso para matizar el desarrollo individual dentro de una experiencia que se pretendió colectiva y terminó siendo autoritaria, totalitaria y controlada por una élite burocrática.

Monsaingeon, el cineasta, junto con Yehudi Menuhi –colega y amigo occidental de Oistrakh- especulan que el violinista llevaba una doble vida, un doble pensamiento: el discurso público y la reflexión íntima, resultado del temor ante la dureza del Estado. Todo es posible pero en realidad no dan pruebas contundentes de ello, sólo especulan. Acusan al régimen de una supuesta muerte prematura a los 64 años de un infarto y de que tuviera que “socializar” sus ingresos. Pero estrictamente hablando, ¿no es acaso el violinista un privilegiado del sistema soviético?: Educación ilimitada, proyección masiva, salidas innumerables al exterior, discografía amplísima, filmación de sus conciertos, posición en el Conservatorio de Moscú y, además, sobrevivió la rigidez del estalinismo; contrario al nazismo, no importó que fuera judío: Era ruso-ucraniano, sobre todo, y el propio David Fiodorovich Oistrakh estaba orgulloso de ello. Los músicos occidentales, cuando les va bien, tienden a quejarse aún más que aquellos a quienes les va mal. En este caso, Monsaingeon y Menuhi, productos mimados del mundo occidental, quieren hacer del artista, un mártir. Ponderan la victimización que ellos elucubran y desean empujar al público presente hacia ese concepto en vez de hacerlo hacia su arte portentoso. Su contextualización histórica no resulta objetiva sino parcial. Sin embargo, cuando se hace el balance de la vida de Oistrahk, ¿qué es lo que prevalece?

La pregunta fundamental del filme debiera ser: ¿Existe otro Oistrakh? ¿Formó el sovietismo o el capitalismo otro David Oistrakh? Es decir, ¿un Oistrakh con o sin un violín? Desde mi perspectiva: No. Existieron en ambos mundos violinistas magistrales sin duda: Jasha Heifetz, Boris Goldstein, Eugène Ysaÿe, Pablo Sarasate… Mas la presencia emotiva junto a la musicalidad extraordinaria y la cualidad envolvente de David Fiodorovich -en consonancia con el cambio de los tiempos, el advenimiento de la modernidad discográfica y la filmación-, es irremplazable.

Y hablemos del músico, del violín: La magistral destreza con que trata el instrumento es pasmosa. Como si hubiera nacido con él pegado al cuello y a sus manos (inició su entrenamiento a los cinco años de edad). No hay hombre y violín, hay una prolongación. La afinación es, por supuesto, perfecta, la sonoridad es firme, robusta, brillante, pero redonda, sin contradicción; el denso y flexible vibrato combina ambas expresiones. El cuerpo regordete (también inusual según el prototipo de los violinistas; Silvestre Revueltas, otro gran regordete, fue en sus inicios también violinista excepcional), está orgánicamente involucrado en la ejecución musical y se expresa en los enérgicos movimientos del cuello, el rostro y la cabeza integral, todo casi siempre a ojos cerrados. Su interpretación va mucho más allá que la del mero virtuoso. El musicólogo Rafael Fernández de Larrinoa ha descrito su violín correctamente: “En un período en el que se desvanecían los delicados artificios del violín romántico, Oistrakh, poseedor de un vibrato lento e intenso (…), encontró el remplazo del agonizante estilo con un concepto “monumental” de la interpretación cuyo secreto radicaba en buena medida en la aplicación de una presión de arco inusitada, capaz de extraer del instrumento una sonoridad que podría describirse como épica.”. Oistrakh establece –como Enrico Caruso en el canto- un antes y un después en su instrumento.

Y del hombre sin violín: Oistrakh toma sus decisiones con el violín en su estuche. Agradece y reconoce al régimen. No abandona la Unión Soviética. Acepta y vive con sus condiciones. Establece colaboración con músicos europeos y de Estados Unidos sin problemas. Shostakovich, extraordinario artista que tampoco sale de la URSS, le escribe dos conciertos y asimismo Khachaturian y Prokofiev, entre otros. No vive en la opulencia de una “estrella” en occidente, pero pese a ello es el violinista más extraordinario de su generación y de muchas otras colaterales (se supone que Paganini fue asimismo violinista fenomenal, Oistrakh suena a la vez conmovedor y espectacular en sus conciertos). Y, ¿se puede considerar prematura una muerte por infarto a los 64 años?

Y del artista: La naturaleza de David Oistrakh va más allá de su circunstancia y de su instrumento. Es un gran técnico del violín y de la música, pero es el interior del individuo el que se expresa y transgrede al virtuosismo. El que desde la solidez del virtuoso, se abandona a raptos de embriaguez a ojos cerrados. El violín es sólo una vía de expresión: Instrumento, propiamente. El vehículo de la exaltación vital y de su espíritu, digamos, poético. Quiero decir, que si no existe el violín, la naturaleza artística del hombre se habría expresado en otro arte o en la vida misma, en un temperamento.

Entonces, no depende de un sistema o de otro. Entonces, Oistrakh no es un artista del pueblo. Es un artista; punto. Universal. Más allá de cualquier especulación que pueda resultar aun mezquina. Y desde cierta perspectiva, si el régimen aparte de proporcionarle educación, fama y proyección ilimitada, le inflige dolor (lo cual no es claro, pero posible), este sufrimiento enaltece aún con mayor presencia el aliento artístico y poético del violinista, del artista, del hombre. La condensación del azar en la figura de David Fiodorovich estalla en la extraordinaria expresividad de sus excepcionales interpretaciones. Crea un tiempo nuevo. Una estética. Un lenguaje. Un paradigma. (Y demás “musarañas”, diría el simpático genial, Silvestre). Para regocijo y raptos de serena introversión de quienes hoy le vemos y escuchamos.

P.D. David Fiodorovich Oistrakh/”Clair de lune” de Claude Debussy/Paris, 1962: http://www.youtube.com/watch?v=SKd0VII-l3A

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