martes, 3 de marzo de 2020

Retrospectiva: Guillermo Sheridan “dio (musicalmente) las nalgas”

Retrospectiva: Guillermo Sheridan “dio (musicalmente) las nalgas” 

                                                                       Héctor Palacio

Aclaro que la entrecomillada expresión del título no es mía (aunque sí el paréntesis), no forma parte de mi vocabulario regular. La expresó, espontáneo, un amigo músico egresado de una importante universidad canadiense con maestría en composición y cualidades literarias nada despreciables cuando le llamé desde su ciudad, la de México, en relación a un texto de Guillermo Sheridan. Subrayo, además, que la frase fue reiterada en su significado por otros habitantes músicos formales del valle de México al ser consultados sobre el tema, lo cual le confiere, digámoslo en broma si se quiere, cierta legitimidad cultural (y como se dice, “me reservo las fuentes”).

 Hay intelectuales, a veces seudo, que parasitarios medran a costillas de las “vacas sagradas” vivas o muertas de la literatura mexicana; hablan de ellos, leen sus cartas, cuentan anécdotas, chistes, son expertos en detalles. Están en su derecho y su elección. Una de esas vacas es Octavio Paz. Otra, Carlos Fuentes. Los parásitos han transitado desde una posición de cargadores de libros a la de críticos y comentaristas de la obra de la vaca de que se trate.

No afirmaré que el esforzado Guillermo Sheridan sea un parásito. De hecho, su ensayo sobre los poetas Contemporáneos es destacable, lo mismo que su labor como colector de artículos de Jorge Ibargüengoitia.

En un texto titulado “Nueva música con Octavio Paz” (El Universal, 24 de abril de 2012; la campaña electoral aisló muchos temas, como el aniversario luctuoso de Paz, al cual se refiere el autor), Sheridan hace apología del “genial” y “guapo” compositor norteamericano Eric Withacre por el mero hecho de haber puesto en música para “coro virtual” el poema de Paz “Agua nocturna” (de Semillas para un himno en Libertad bajo palabra). Hasta allí no pareciera haber anomalía alguna. Pero una vez que se escucha la referida música, una franca duda asalta, pues el agitado elogio se cae ante el resultado auditivo y visual.

Antes de entrar a la música, Sheridan, emocionado, suspicaz, con el rabillo del ojo, construye, imagina un casi romance entre el “genial y guapo” y la “adorable” chica supuesta generadora de la idea del coro virtual que, luego de una convocatoria por internet para recibir videos interpretando la composición de Withacre -cual hiciera originalmente la chica con otra pieza-, llevaría “música hermosa” a “millones de personas”. El mérito del director de coros fue ensamblar, junto con su equipo técnico, 3,746 videos provenientes de 73 países en un fragmento musical de no más de cinco minutos.

– ¿Ya viste el video?, pregunto a mi amigo.

– Sí, ya.

– Mira, no he querido anticiparte mi comentario porque quiero saber lo que piensas al respecto.

 – Sí, claro. Mira, es muy común en México, tal vez también en otros países, que los escritores carezcan de una buena cultura musical. Sobre todo a nivel, digamos, serio. Gentes de cultura que pueden tener conocimientos enciclopédicos sobre los más variados temas, resulta que en cuestiones musicales son casi analfabetos funcionales. O de plano tienen oídos de niño artillero.

– ¿Así te parece Sheridan en su texto?

– Sí. Sheridan hace gala de ingenuidad musical al valorar ese video de manera tan elogiosa y emotiva. Una música cursi y un director igual, con apariencia de Barry Manilow y desplantes de baladista trasnochado.

– De acuerdo, además, evidentemente, el tipo está actuando para la cámara. Lo que menos le importa es la música. Por otro lado, increíble, ¡no hay nada que dirigir!, pues la música ya ha sido grabada y se han ensamblado las imágenes, solo hay que hacer clic. O sea que ¡está dirigiendo un video! Un video que se concentra en él y los cuidados y sutiles movimientos de cabellera y manos. Vaya egolatría, ¿no? Imagen patética que supera por mucho la escena del niño que hace sonar un disco y lo dirige; la acción infantil al menos tiene algo de veracidad, espontaneidad, intimidad, aun gracia.

– Bueno, sí. Además, se trata de música fácil, ese es el  punto. De referencias más que obvias, pastiche amelcochado que tanto fascina a cierta capa social acostumbrada a André Rieu o cualquier otra manifestación con apariencia de pastel de quince años.

– Hay muchos ejemplos hoy, sobre todo a nivel de interpretación, como Yanni, Filippa Giordano, Il Divo, Sarah Brightman, Andrea Bocelli, el viejo Richard Clayderman y hasta un argentino llamado Raúl di Blasio o algo así. Todos ellos parecen cuadrar con el gusto de Sheridan.

– Sí. Extraña contradicción ver a un personaje que es capaz de valorar una gran obra literaria pero que cuando escucha una música tan edulcorada y simplona se conmueve como colegiala. Aquí Guillermo Sheridan dio las nalgas.

– ¿Cómo dijiste? ¿Que dio las nalgas? ¡Ja, ja, ja!

– Sí, eso es. Dárselas de muy intelectual e incluso aún tener méritos como tal y gustar de música tan ramplona. Eso es dar las nalgas, musicalmente hablando.

– ¡Ja, ja, ja!, muy cierto. Pero a él le ha parecido, te repito sus frases, “música hermosa”, “deliciosa masa sonora” y parafraseando el mismo poema de Paz escribe que al escuchar la inspiración del “genial” Whitacre, ha sentido que una música dulce y silenciosa le inunda por dentro.

– ¡Ja, ja, ja! ¡No mames! Si no es más que música para conmover al ingenuo auditivo. Música de un postmodernismo rancio y empalagoso; trasnochado. Insisto, música para conmover a una colegiala.

– Pues como a Britlin Losee, la chica “adorable” y enamorada que inspiró al autor de semejante producto, ¿no? Yo creo que con esto basta. Coincido plenamente contigo. Esta música no resiste el menor análisis teórico; ni siquiera vale la pena perder el tiempo en ello. Desde que leí el texto de Sheridan y vi/escuché la referencia, música e interpretación para bobos, deploré su apologética opinión y decidí enviarte la información de inmediato y llamarte. 

Natural, como se dice, en gustos se rompen géneros. Pero no deja de causar cierta pena que un personaje que tan alto se precia a sí mismo, tan arrogante como Sheridan, exhiba sus carencias de la manera en que lo ha hecho. Quizá en su ambición absolutista de abarcar todo aquello que refiera a Octavio Paz (quien sí tenía gustos y opiniones musicales mejores; Silvestre Revueltas, Carlos Chávez, Anton Webern…), ha pagado el precio de ser especialista en vacas sagradas en un texto como el que aquí hemos referido y durante cuya lectura apenas puede contenerse la risotada. Y como ya registré en alguna ocasión, aquí Sheridan vuelve a hacer un Homero (un Homero Simpson, triunfar a pesar de la torpeza y la estupidez), pues nos ha hecho reír a carcajadas (uno de sus propósitos vitales), y mucho.
                                                                                               
                                            Septiembre 28. 2012; SDPnoticias.


Texto compilado en el libro De Caruso a Juan Gabriel. Una mirada de la cultura en México. UJAT/Laberinto Ediciones, 2019.