Jaime Torres Bodet había ya proyectado suicidarse al concluir sus
memorias: Rafael Solana; entrevista
Por Héctor
Palacio
Jaime Torres Bodet (1902-1974) se
suicidó el 13 de mayo de 1974. Se dio un tiro y la versión oficial estableció
que fue para dar término a un prolongado cáncer. Como parte de mi investigación
de tesis de licenciatura, en 1989 entrevisté al escritor Rafael Solana
(1915-1992), quien fuera su secretario particular cuando ocupó la Secretaría de
Educación Pública por segunda vez con Adolfo López Mateos (1958-1964), y amigo
cercano durante los últimos años de su vida. Solana desmiente esa versión, pues
afirma que su estado de salud era óptimo, que su decisión fue un libre acto de
voluntad, “cortó su vida en el momento en que estaba en la cumbre de su poderío
intelectual y, en cierta manera, físico”. En el 40 aniversario de su muerte
publiqué un fragmento de dicha entrevista, “El suicidio de Jaime Torres Bodet”
(SDPnoticias; 24-05-14). Desde entonces,
se me ha solicitado de manera reiterada que la publique por entero. Actualmente
reviso la tesis Obra diplomática y educativa
de Jaime Torres Bodet. La he actualizado reconvirtiéndola en el ensayo
monográfico Jaime Torres Bodet, los
Contemporáneos y la dorada prisión de la burocracia -que pronto aparecerá
de manera gratuita en el internet en tanto que algún interesado se anima a
publicarla en forma de libro-. En el apéndice del ensayo viene incorporada la
entrevista que aquí adelanto en su forma íntegra:
Entrevista con Rafael Solana
Héctor Palacio: ¿Cómo, cuándo
y en qué circunstancias conoció usted a Jaime Torres Bodet?
Rafael Solana: Cuando hicimos
la revista Taller Poético. Bueno,
esta revista la hice yo solo, después la convertimos en Taller (1938-1941) Octavio Paz, Efraín Huerta, Alberto Quintero y
yo. Pero desde Taller Poético (1936-1938)
busqué yo al señor Torres Bodet para pedirle su colaboración como poeta para
esta revista que reunía a todos los poetas no solamente de mi generación, sino
hablo de las generaciones anteriores. Encontré en él la mayor disposición para
acercarse a los jóvenes que le teníamos un gran respeto como poeta, como hombre
de letras y como figura nacional. También, además de su colaboración en verso
le pedí, como a otros, un ensayo para conmemorar el cuarto centenario de
Garcilaso de la Vega. Él fue el único de los artistas ya consagrados en ese
tiempo que me entregó un ensayo. Y con él, uno mío y uno de Alberto Quintero,
publicamos el librito Tres ensayos de
amistad lírica para Garcilaso (1936). Siempre lo encontré muy cordial. Pero
en esos momentos jamás hablamos de ninguna otra cosa que no fuera la poesía y
su carrera poética; a la que teníamos en la más alta estima.
HP: ¿Cómo se dio entre ustedes
la relación profesional, intelectual y de amistad en los diez años en que usted
trabajó con él?
RS: Posteriormente al primer
acercamiento, visité al señor Jaime Torres Bodet en París, en la embajada
(embajador entre 1954 y 1958). Él tenía la bondad de leerme algunos capítulos
de la obra que en ese momento estaba preparando, que era el Balzac. De la misma manera que yo había
ido antes a la Secretaría de Relaciones Exteriores a leerle capítulos de obras
mías, nos intercambiamos opiniones, consejos; quiero decir, que él me los daba
a mí, no de ninguna manera que yo los diera a él. Pero un día nuestra relación
cambió por completo al acudir yo a su casa un último de noviembre de un año que
será fácil precisar (1958). Él había publicado un libro y yo fui a agradecérselo
y a comentárselo. Esa tarde, después de que hablamos de poesía, cuando yo me
levantaba para irme, se atravesó él en la puerta y me dijo, “lo necesito a
usted” y dio un grito: “¡Josefina!”, para que bajara su mujer de la parte alta
de la casa de la calle de Güemes: “ven a conocer a mi nuevo secretario
particular”. Entonces yo me asombré mucho porque no sabía que al día siguiente
se publicaría la noticia de que él era el nuevo ministro de Educación Pública
para el gabinete de don Adolfo López Mateos. Y efectivamente, el primer día de
trabajo, a las 9 de la mañana, concurrí yo a una cita al Salón Bolívar. Me
encontraba en las escaleras a compañeros periodistas, creían que yo iba también
a reportear la nota. Nos pusimos todos en torno a la mesa, él salió, dijo unas
palabras y entonces agregó: “mi primer nombramiento es el de secretario
particular”, y dijo mi nombre; pues estaba yo ahí. Desde ese momento a las diez
de la mañana de un dos de diciembre empecé a trabajar con él y no lo dejé hasta
las diez de la mañana del dos de diciembre de seis años después.
HP: Es decir, primero se
entabla una relación intelectual, literaria y después una relación de trabajo.
RS: Así fue. La relación
literaria fue muy anterior a la otra. Aunque la relación de trabajo no cesó la
relación literaria, puesto que después de que toda la semana trabajábamos
administrativamente, el domingo nos reuníamos Arturo Arnaiz y Freg (1915-1980)
y yo con don Jaime para ese día sí hablar de poesía o para que nos leyera los
capítulos que iba escribiendo de sus memorias.
HP: Cierto, él en sus Memorias relata que ustedes se reunieron
durante los últimos años de su vida para redactarlas y leerlas los fines de
semana.
RS: Eso es, él contaba con que
Arnaiz le haría alguna puntualización en materia histórica -porque Arnaiz era
un gran historiador- y que yo tal vez le daría algún consejo en materias
gramaticales. Porque siendo don Jaime un estupendo dominador de nuestro idioma
-como antes que español había aprendido francés en su casa; y aunque también
era académico de México- algunas veces cometía algún galicismo sin darse
cuenta, en ese momento entraba yo. Pero muy rara vez le pude enseñar yo alguna
falta que inmediatamente advertía y corregía.
HP: Como usted menciona, él
aprendió el francés muy bien en su niñez, y eso nos remite a pensar en su
relación familiar, que fue muy estrecha sobre todo con la madre. Refiriéndonos
a esta juventud, a esta infancia, ¿cuál es la influencia materna y la paterna
en él?
RS: La paterna es mucho menor
que la materna. Él estaba en su casa, nunca fue a la escuela primaria; todo lo
que supo lo aprendió de manos de su madre que era francesa, doña Emilia.
HP: ¿Y el padre?
RS: El señor Torres Girbent
era catalán. Don Jaime era por parte de padre y madre hijo de extranjeros. A eso
se debe que una vez –le puedo contar una anécdota con cierto detalle-, él salía
para Francia con su mujer en viaje de descanso, de vacaciones (tomaba unos días
cada año y se iba a París). De pronto el sonido del avión dijo: “no se alarmen
ustedes, vamos a regresar un momento pero enseguida nos volveremos a ir”. Y aterrizó
el avión y estaban esperando a don Jaime unos enviados del presidente de la
república al pie del avión. Lo metieron en un coche y rápidamente, con sirena,
se lo llevaron al Palacio Nacional, lo subieron por el elevador privado e
inmediatamente fue al despacho de don Manuel [Ávila Camacho]. Entonces don
Manuel le dijo: “don Jaime, he pensado que sea usted mi sucesor”; y le dijo don
Jaime, “eso no puede ser señor presidente, porque lo prohíbe el artículo 82,
que haya hijos de extranjeros que aspiren a la presidencia”. Y don Manuel que
era muy buena persona dijo, “bueno, eso podría arreglarse”. Entonces don Jaime
dijo cortantemente, “mal principio para un presidente que empieza por burlar la
Constitución” [lo que se confirmaría más adelante, cuando Salinas de Gortari
arregló la Constitución para que el PAN llegara al poder con Vicente Fox].
Entonces dio por terminada la conversación con el presidente, se regresó a su
auto, se regresó al avión y siguió a Francia y nunca más se volvió a hablar del
asunto. Cuando terminaba él su período bajo López Mateos, se inquietó
nuevamente la opinión, también
pensando que sería un excelente presidente y hubo quien lo promoviera. Me veían
a mí, que era su secretario particular, para saber cómo recibiría él esas
ofertas y yo les hacía saber que las recibía muy mal, que por favor no fueran a
hacer ninguna. Y así, no hicieron ninguna proposición para que se volvieran a
inquietar y fuera uno de los “tapados” sucesores de don Adolfo López Mateos.
HP: Sí, he sabido de este
comentario sobre la posible sucesión de Ávila Camacho hacia el señor Torres
Bodet. Sin embargo no existe algo, al menos lo desconozco, escrito sobre el
asunto.
RS: Eso me lo contó a mí en lo
particular y lo puedo decir ahora que están muertos los dos, pero yo en vida de
ellos nunca lo comenté ni lo publiqué, pero así fue.
HP: Volviendo a la relación
familiar, es conocido que su madre lo acompañó en sus viajes dentro de lo que
he llamado el “peregrinar diplomático” que él realizó; el padre murió veinte años
antes que ella, en 1923. ¿Cuál fue la relación con el padre, distante?
RS: No, no fue muy distante,
era una familia muy integrada, pero el padre era un hombre de negocios que
tenía en aquel tiempo la administración del teatro Esperanza Iris, donde daba
temporadas de ópera. Por ejemplo, él trajo a Enrico Caruso a hacer temporadas
ahí [en 1919, cuando el legendario tenor napolitano estaba de gira y cantó
también en el Teatro Arbeu y en el Toreo de México; colonia Condesa]. De modo
que el padre se dedicaba a los negocios y dejaba al niño en la casa, absolutamente
al mando de la madre; como hijo único. De la madre sí fue estrechísimamente
ligado don Jaime, siempre.
HP: Dejando de lado por un
momento al poeta, al escritor, y atendiendo la vida profesional de Torres
Bodet, que iniciaría como secretario de la Escuela Nacional Preparatoria y en
seguida como secretario particular de José Vasconcelos, ¿cómo podría
periodizarse su vida pública?
RS: La vida pública de Torres Bodet
se podría periodizar de esta manera: en cuanto él fue estudiante –ya le digo,
no pasó por la primaria, sino que entró directamente a la preparatoria- fue
especialista en la literatura francesa que conocía muy bien y pronto dio
cátedra de ello en la Facultad de Altos Estudios. Entonces se abrían ante él
dos caminos, uno era el de la docencia y otro el de la diplomacia, que le
ofrecía un campo de curiosidad a sus viajes y a su ansia de saber y de conocer
más el mundo.
Se preparó tan rigurosamente a
la carrera diplomática y presentó un examen tan brillante, que el ministro de
Relaciones, Genaro Estrada, le hizo una concesión que no hacía a nadie, que es
darle a escoger el lugar donde quisiera él, porque había terminado con las más
altas notas. Una de sus características era conocer el idioma francés tanto o
mejor que el castellano. Conocía también el idioma inglés, el italiano y se
preparó en el estudio de las leyes relacionadas con la diplomacia, derecho
internacional, así de brillantemente. Por ejemplo, para compararlo, José
Gorostiza, que también era un gran poeta y que también llegó a ser ministro de
Relaciones Exteriores, debutó haciendo paquetes en Manchester y don Jaime
debutó donde él quiso. Escogió las más grandes legaciones, porque en ese tiempo
no había embajadas: en Francia, en París, en Madrid, donde trabajó al lado de
don Enrique González Martínez, y en Buenos Aires, que eran grandes capitales.
Posteriormente, ya como embajador, debutó en Bélgica y luego fue un brillantísimo
embajador en París, donde encabezaba el cuerpo diplomático. Lo que en otras
partes hacen los decanos o los nuncios apostólicos, él lo fue por su propio
prestigio, pues en Francia era la autoridad más buscada y más respetada entre
los diplomáticos; incluyendo los embajadores de los Estados Unidos, Rusia e Inglaterra,
que eran países más importantes que México en el mundo diplomático parisino [hay
que considerar que ya había sido director general de la UNESCO entre 1948 y
1952].
HP: Entonces la periodización
comienza en esta época, en la que él decide asumirse como diplomático y que
presenta sus exámenes.
RS: Sí, y sigue la carrera con
mucho cuidado, con muy riguroso cumplimiento para ir escalando los puestos uno
por uno, hasta llegar al más alto de todos que es el de ministro de Relaciones,
que sólo dejaría para ir a un puesto más alto todavía, que es el de ministro de
educación del mundo entero, la UNESCO.
HP: ¿Puede analizarse su vida pública en términos de los
puestos que iba ocupando, es decir, por períodos concretos de tiempo?
RS: Bueno, en realidad estos
puestos le servían para relacionarse. Por ejemplo, fue muy amigo de toda la
generación del 27 en España, de García Lorca, de Alberto del Toro Aguirre, de
Pedro Salinas, de todas estas personas. Y también en Buenos Aires de las
grandes figuras. Y en París, de Paul Valéry, Valery Larbaud, de los más grandes
literatos de su tiempo. Porque conectaba su actividad diplomática con la
actividad literaria, no se estorban la una de la otra. Grandes poetas mexicanos
han sido grandes diplomáticos.
HP: ¿Cuáles considera usted
que sean los momentos cruciales de su labor diplomática?
RS: En su vida diplomática
hubo momentos muy difíciles, muy ásperos. Por ejemplo, cuando Lázaro Cárdenas
decretó la nacionalización petrolera se presentaron momentos sumamente
difíciles porque las naciones europeas dueñas del petróleo, como Holanda,
decidieron confiscar el petróleo mexicano que iba en barcos para ser
desembarcado en puertos de Europa y don Jaime recibió uno de sus encargos más
graves, que fue el contrarrestar ese boicot. Pero los momentos culminantes de
su carrera son sin duda sus tres ministerios. Fue ministro de Educación dos
veces y de Relaciones una. Y le tocó participar, al final de las guerras, en la
formación de algunas instituciones internacionales como la OEA, la UNESCO y las
Naciones Unidas.
HP: ¿Cuáles serían los
sustentos filosóficos principales de la obra diplomática y de la obra educativa?
RS: El principio básico de su
carrera diplomática fue la defensa de los intereses y de la dignidad de México,
y esto lo sostuvo aun a riesgo de peligro de su vida en algunas ocasiones, como
en el “bogotazo” [9 de abril de 1948; que inició con el
asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán], o con enfrentamientos
frontales con los Estados Unidos. Por ejemplo, cuando en el palacio de Quitandinha,
Brasil (1947), se “encharcaron” las conversaciones que tenían ahí los ministros
de Relaciones de todo el continente. Se leía un proyecto del general Marshall
para que toda América fuera solidaria con los Estados Unidos y don Jaime se
opuso al texto con gran escándalo de todos los demás diplomáticos. El señor
Marshall se levantó y se fue. Se interrumpió la sesión y por la noche fueron
los embajadores y los ministros de tres o cuatro países a rogarle a don Jaime
que no tuviera esa temeridad de enfrentarse a los Estados Unidos; que los ponía
a todos en un brete, en una dificultad muy grande. Y don Jaime insistió y dijo:
“pues si no se modifica esto yo no lo firmaré y diré públicamente mis razones y
ustedes quedarán en ridículo ante sus propios países”. Se fueron muy enojados
todos. Se reanudó la sesión al día siguiente y al llegar al mismo punto, otra
vez se volvió a interrumpir. Se levantaron todos para tomar un café, para fumar
un cigarro, para desacalorarse, y se quedaron en la mesa solamente Marshall y
don Jaime. Entonces Marshall se bajó los lentes que tenía sobre la nariz y
mirando a don Jaime le dijo: “Ya sé lo que usted quiere don Jaime; usted quiere
un mapa que defina en qué terrenos una agresión a un país americano puede o
debe motivar la solidaridad de todos los demás”. Y don Jaime le dijo: “naturalmente,
porque nosotros no vamos a responder a una agresión que le hagan a ustedes en
Berlín, en Corea o en Vietnam, eso no tiene nada que ver con nosotros”. “Muy
bien -dijo Marshall-, entonces vamos a dibujar un mapa con una línea que diga
que si la agresión tuviera lugar en este territorio señalado por esa línea,
todos los países americanos responderán a la agresión que se haga a uno de
ellos”. “En ese momento firmo, en el momento en que se haga ese mapa, yo firmo”.
Esa misma noche fueron los mismos embajadores y ministros de relaciones de
otros países -que antes habían venido a reclamarle que era un temerario al
oponerse a los Estados Unidos- a decirle: “señor, de la que nos ha salvado
usted, no habíamos advertido ese peligro pero ahora estamos a salvo de él”.
HP: ¿Y el sustento filosófico
de su obra educativa?
RS: Él tenía la idea de que la
educación es la respuesta de todos los problemas de México, que una buena
educación disminuiría la criminalidad, la corrupción, la falta de trabajo; que
todo lo resolvería la educación. Pero tuvo una idea particularmente cara: que
la educación más importante para el pueblo mexicano era la educación técnica. Él
temía en el fondo que le fuese reprochado algún lirismo como poeta que era.
Temía que le fueran a decir: “usted está pensando en la alta cultura solamente
y no en la cultura del pueblo”. Entonces exageró en el sentido contrario y lo
que creó fue la secundaria técnica, las demás escuelas técnicas, institutos
técnicos para capacitar a los mexicanos para en los más cortos años de edad
empezar a ganarse la vida. Y así creó institutos de capacitación para hacer
zapateros, para hacer fabricantes de automóviles y de piezas, etcétera. En su
tiempo la educación técnica caminó con notable rapidez. Creó la educación
normal y la intensificó mucho porque dijo: “cómo podemos intensificar la
educación si no tenemos los bastantes maestros”. Entonces fundó el Instituto de
Capacitación del Magisterio y, con mucho impulso, animó a las escuelas normales
rurales.
HP: ¿Por qué decide
Torres Bodet el retiro a la vida privada
después de ser por última vez secretario de Educación Pública?
RS: No lo decide él. Habría
sido un excelente nuevo ministro de Educación si hubiera sido llamado para ello
por el nuevo presidente. Díaz Ordaz, con quien yo conversé ampliamente acerca
de esto, me dijo que le había ofrecido muchos puestos muy importantes, entre
ellos la embajada de Francia, que ya don Jaime había tenido. La rehusó porque
dijo que ya por ahí había pasado, que era regresar. Y nada más una sola cosa le
aceptó, su representación personal como enviado a la toma de posesión del presidente
de Colombia. Pero otros puestos que le fueron ofrecidos, él no los quiso. En el
fondo habría querido seguir siendo ministro de Educación, para no dejar
incompleto el plan que había esbozado para el mejoramiento y la ampliación de
la educación en México (el Plan de Once Años). No se pensó en él para eso y
llevaron a otro ministro, al señor Yáñez (el escritor Agustín Yáñez). Entonces,
don Jaime pensó que nada de lo que le podrían ofrecer le interesaba.
HP: ¿Existe un punto de
reunión entre su obra política y la literaria?
RS: Encontraríamos un punto de
contacto entre su obra política y su obra literaria en los discursos. Esto es
porque sus discursos, que siempre tienen un enorme contenido político,
filosófico y social, están tan excelentemente escritos que son en sí mismos
obras de arte, obras literarias.
HP: ¿En algún momento se
sobrepone la obra política a la literaria?
RS: El dio tanta importancia a
su obra, no digamos política, era administrativa; él nunca perteneció a ningún partido político,
no fue priista ni de ningún otro. Su obra administrativa, mejor que política,
la puso tan por encima de la otra que, por
ejemplo, renunció en todo el tiempo que fue ministro la segunda vez, a pertenecer
al Colegio Nacional. Porque las nóminas venían con un cheque para don Jaime
como miembro, y él se negó a recibirlo, absolutamente, durante esos seis años y
esto motivaba que tenían que devolver las nóminas a la tesorería y volver a hacer
otras nuevas. Fue un verdadero lío, pero él se negó absolutamente a hacer otra
cosa durante sus seis años en que ministró. A su obra literaria no le dedicaba
más que los domingos.
HP: ¿Qué lugar merece, dentro
de las letras mexicanas, la obra poética y ensayística de Torres Bodet?
RS: Yo creo que el tiempo le
dará un lugar mejor que el que ahora le dan. Pienso que fue un dominador del
idioma, tan perfecto, tan rico y tan elegante como Alfonso Reyes mismo, que es
el que va a la cabeza, y un poeta tan importante como González Martínez o como
Carlos Pellicer, que son los que ponen muy en alto actualmente; y para mí, supera
a todos los demás.
HP: ¿Existió alguna clase de
frustración o decepción en Torres Bodet por la falta del debido reconocimiento
a su obra intelectual, en términos genéricos digamos, y a su obra ensayística, literaria,
poética y narrativa?
RS: Yo creo que él no llegó a
conocer, ni tal vez a imaginar este desdén, este desconocimiento de su obra que
posteriormente a su muerte se produjo; porque en sus tiempos sí era muy
apreciado. Quién sabe hasta qué punto en este aprecio y en este comentario que
le hacía la prensa nacional e internacional influía el resto de su
personalidad, es decir, su aspecto de gran personaje de la vida. Sí se le
reconocía mucho, y ha sido después de su muerte cuando se ha fingido ignorarlo,
pero volverá, saldrá a flote.
HP: Sí, pero hubo ciertos
momentos en que los puntales de la literatura, quizá no tanto de la poética
como de la novelística en México, son otros, digamos otros estilos, como los
que genera la novela de la Revolución. Los Contemporáneos y en específico
Torres Bodet, tenían otro estilo, otra forma de crear. Es decir, en ese momento
quizá no había tanto público para su narrativa.
RS: Don Jaime es posterior a
la novela de la Revolución, pero él tenía gran admiración por los novelistas de
la Revolución. Entre las figuras que más admiraba él, al que tenía en más alto
punto de su propio altar era o don Martín Luis Guzmán, y era amigo, que lo
quería muchísimo, de Rafael F. Muñoz, de quien se hacía acompañar a los viajes
a América del Sur, cuando fue ministro.
HP: ¿Aparte de escribir sus
memorias, a qué otras actividades solía dedicarse Torres Bodet en los últimos
años de su vida?
RS: Solamente escribía sus
memorias. Aquí puedo decirle una cosa personal mía. Creo que don Jaime había ya
proyectado terminar su vida al concluir sus memorias y que la prolongó un año
más porque yo le hice notar que se necesitaba un último tomo más. Él decía que
no se necesitaba porque a esa época que va entre el final de Tiempo de Arena (1955) y el principio
de los otros volúmenes de sus memorias, aludía constantemente. Yo le insistía mucho
en que no bastaba que aludiera, sino que tenía que organizarlo todo. Por fin lo
convencí y se tardó un año en escribir Equinoccio
(1974; obra póstuma), y el día mismo en que devolvió las pruebas a la casa
Porrúa, fue cuando se suicidó.
HP: Usted escribió en el
prólogo a su obra novelística, editada por EOSA, que él renunció a la vida por
designio propio. ¿Por qué eligió esto?
RS: Él encontró que ya no
tenía nada que hacer en la vida. Terminada su obra literaria con la redacción
de sus memorias, terminada su obra administrativa con el remate de su segundo
período [como secretario de Educación] y terminada su obra diplomática al
cumplir 65 años de edad -que es la edad que se pone de límite a los embajadores-,
encontró que no tenía nada que hacer. Su familia era solamente su esposa, no
tuvo hijos, ni sobrinos..., algunos sobrinos, pero más bien del lado de su
mujer. Entonces encontró que era ocioso seguir viviendo. Se ha dicho que padecía
de cáncer o de alguna cosa; nada de eso es cierto. Yo estaba tan cerca de él
que lo veía ir -lo acompañaba incluso- a ver a sus médicos, uno de los cuales
era Césarman (Teodoro) que vive, otro de los cuales era el hijo de Marte Gómez,
que vive también; otros eran los Cueto. Todos ellos viven y podrían decir, si
fueran solicitados, que don Jaime lo único que padeció en el final de sus días
fue una especie de fractura, una fisura en el coxis de un tropezón que dio
dentro de su propia biblioteca y que lo obligó a guardar la silla de ruedas
durante un corto tiempo y luego a caminar con un bastón durante otro corto
tiempo; pero esto no lo afligía, su vida intelectual y mental era tan intensa
como siempre.
HP: ¿Solía ir al teatro, a la
ópera o al cine?
RS: Solía ir a las tres cosas
y siempre estaba muy enterado de todo, no solamente en México sino en el
extranjero. En París iba a los estrenos, a la ópera, a todo, y la patrocinaba
en México generosamente.
HP: En una publicación de la
Universidad, Ensayos contemporáneos sobre Jaime Torres Bodet, usted
establece la relación entre la destrucción de un templo japonés y la decisión
de Torres Bodet de terminar con su vida.
RS: Sí, la lectura de un libro
que se llamaba El templo dorado, de
Misihima -autor japonés que ahora es muy conocido, que ya se ha divulgado y ha
sido muy traducido, pero en aquel tiempo no lo era [se refiere a El pabellón de oro, 1956, de Yukio
Mishima, escritor que culminaría su existencia con un suicidio, tema
fundamental en su obra y su vida; ver, por ejemplo, la estética belleza del
filme El rito de amor y muerte;
escrito, actuado y dirigido por el propio Mishima en 1960]-, lo impresionó
mucho y también la anécdota de un pintor francés que en este mismo momento no
recuerdo quién es, pero lo tengo apuntado en alguno de mis escritos acerca de
esto, que el día en que terminó de pintar los plafones del Palacio de Versalles
se presentó ante el rey y le dijo “he terminado mi obra”; y ese mismo día se
suicidó [¿François Lemoyne?; 1688-1737. En 1991, la Universidad de Veracruz
publicó una colección de Crónicas de
Solana, en el artículo “El libro póstumo de don Jaime”, del 02-08-74, relata el
episodio del suicidio de Lemoyne después de concluir su “obra maestra” en el
techo de la Sala de Hércules del Palacio de Versalles]. Don Jaime estaba muy
impresionado por esta destrucción del templo de oro, que era tan perfecto que
no valía la pena esperar a que se deteriorase, sino cortarle, poner el incendio
antes de que comenzara a declinar. Quizá haya algo de aparentemente vanidoso.
Piensan que él se consideraba perfecto, pero él había ya culminado lo que se
había propuesto en vida, ya lo había realizado y no quería deteriorarse irse a
menos. Hubo tres muertes de amigos suyos que lo impresionaron muy hondamente.
Una de ellas, la de Salvador Novo, que se tiraba de la cama a veces y se rompía la cabeza cuando estaba ya en el
lecho de muerte... Otra de ellas, la de don Adolfo López Mateos, quien se quedó
en estado vegetativo durante tanto tiempo. Otra, la de José Gorostiza, tal vez
el más querido de todos sus amigos, que también se fue deteriorando, perdiendo
el habla, el conocimiento de sus familiares, el uso de la palabra, el uso del
pensamiento. Hasta quedar hecho una piltrafa, un guiñapo antes de morir. Don
Jaime tal vez temió verse en ese estado penoso y cortó su vida en el momento en
que estaba en la cumbre de su poderío intelectual y, en cierta manera, físico.
Nunca fue un atleta ni muchísimo menos, pero sí era un hombre relativamente
sano, la única lesión grave que tuvo fue la pérdida de un ojo por
desprendimiento de retina. [En 1954, cuando viajaba de regreso de Cuernavaca a
la Ciudad de México].
HP: ¿Cree usted que haya
influido en Torres Bodet el hecho de que en años anteriores algunos de sus
compañeros de generación también se suicidaron?
RS: No creo. Se suicidó Jorge
Cuesta, pero él no tenía, no creo que tuviera particular aprecio por esa relación.
De los Contemporáneos, al que más quería y apreciaba era sin duda a Carlos Pellicer.
HP: En Tiempo de arena (1955), comenta ampliamente sobre el suicidio de
varios personajes en la obra de Dostoievski.
RS: Él estudió muy
cuidadosamente a Dostoievski, es uno de sus constructores. Inventores de la realidad (1955) es uno de sus más bellos libros;
pero no creo que hayan sido los...
HP: ¿Habría desde entonces un
germen?
RS: Quién sabe. Esto lo saben
los psicólogos que dicen que eso (el suicidio), es un sentimiento que trae
escondido la gente y que los suicidios están determinados, ya que no es siempre
un hecho –y en este caso es clarísimo que no fue un hecho concreto- lo que
obliga ir al suicidio, como era el caso de Mauricio Urrieta, entre otros
políticos. Y tampoco era un drama familiar, un drama de amor, ni un drama de
enfermedad, como los suicidios de los artistas Jorge Negrete o Pedro
Armendáriz, que al sentirse que estaban condenados a muerte, la precipitaron [el
cantante murió en realidad a causa de un mal hepático contraído en la juventud].
HP. Salvador Novo ha dicho que
Torres Bodet no tenía vida, que sólo construía su biografía.
RS: Sí, esa es una frase del
viperino Salvador Novo; que siempre hacía frases ingeniosas. Pero, ¡cómo no va
a tener vida!, una vida intensamente dedicada a México y al pueblo mexicano.
HP: ¿Se puede considerar de
alguna forma como decadente la vida última de Torres Bodet?
RS: No, no llegó a decaer, se
cortó la vida en el apogeo de sus facultades y de su prestigio.
HP: ¿Qué futuro ve usted en el
conocimiento y reconocimiento de su obra tanto política, o administrativa, como
intelectual?
RS: Creo que va a subir. Hay
autores que tienden al alta, y autores que tienden a la baja, pero después de
momentos malos, resurgen. Por ejemplo, lo estamos viendo, digamos en la música.
Durante casi 50 años disminuyeron los prestigios de Liszt y Paganini, y ahora
han vuelto a resurgir. Eso pasa mucho en las letras; autores que estuvieron
olvidados, como Stendhal. Nunca fue un autor importante en su tiempo. Van Gogh
en su vida vendió un solo cuadro, lo compró su hermano. Ahora es uno de los
pintores más cotizados del mundo. Creo que cuando pasen las olas de popularidad
inflada y motivada por los marchants
o por los editores de algunos escritores mexicanos, sobre todo, pero en general
de todo un boom latinoamericano, las cosas
tomarán su nivel como las aguas y don Jaime va a subir mucho del aprecio que
ahora se le tiene.
HP: Por último, ¿hay alguna
otra anécdota que usted quisiera confiarme en su relación personal con Torres
Bodet?
RS: Bueno, ya salieron dos o
tres. Una anécdota que no es de mi relación personal con él sino de su vida
pública, es cuando en Bogotá tenía que llevar al palacio donde se celebraban
las conversaciones ciertos documentos y en el momento en que llegó había un tiroteo
en la plaza donde estaba el Congreso, y él tranquilamente, sin apresurar el
paso, comenzó a subir aquellas escalinatas. Don Rafael (Muñoz, el novelista),
de los que iban con él, le dijo: “¡Don Jaime, que nos están tirando!”, y el otro
respondió: “¡En estos momentos no soy Jaime Torres Bodet, soy México!”. Y
siguió con el mismo paso entre los tiros que le pasaban por todas partes,
porque México no podía dar el espectáculo de agacharse o de esconderse; y
siguió. Personalmente recuerdo un caso, que es el siguiente. Me leía sus memorias,
y al llegar a un capítulo en que él y su esposa abandonan París bajo las
bombas, contaba que llevaban a un perrito que se llamaba “Bijou”. Y le dije,
“don Jaime, por qué no suprime de su narración al perrito”, y me dijo: “de
ninguna manera, es cierto, lo llevábamos”. “Bueno, pero va a dar mal sabor de
boca”. Y replicó, “llevábamos al perrito y tiene que aparecer”. “Piense usted –le
dije- que en la descripción que va haciendo, al lado de la carretera va la
gente empujando alguna bicicleta, con sus colchones y llevan niños que van
llorando de hambre porque no tienen qué comer en el camino. Y la gente se
preguntará, ¿y este perrito iba
comiendo?”; [perrito, por lo demás, llamado “Joya” en español]. Y don Jaime dijo:
“Bueno, pues tiene razón”; y suprimió al perrito.
HP: ¿Se ha dedicado usted,
posteriormente a la muerte de don Jaime, a algún tipo de trabajo en relación a
su obra?
RS: De la obra de don Jaime
escribí prólogos de poemas y de algunos libros suyos en prosa y de versos.
Encabecé en el momento de su fundación el Ateneo Torres Bodet, que tenía por
finalidad recordar la obra de don Jaime, difundirla y, cada año, hacerle
veladas en su honor; en las fechas de su nacimiento o de su muerte. En los
estatutos del Ateneo se decía que la presidencia fuera pasando cada seis meses
a otra persona, y la última persona en que cayó ha dejado morir esa
institución. Pero yo traté mucho de animarla durante algún tiempo.
Coyoacán, México; agosto de 1989.