viernes, 8 de abril de 2011

Estoicismo japonés 2011: De Hiroshima y Fukushima

Por Héctor Palacio @NietzscheAristo

Camisa azul, pantalón negro, rostro adusto, me miro ahora mirarme, inerte, desde el papel de una fotografía del verano de 2007 en Hiroshima. Junto a la valla que resguarda el símbolo de la hecatombe de la ciudad, la Cúpula o Domo de la Bomba Atómica, que nítidamente se observa a la distancia de la toma. Después de haber conocido el castillo negro, el parque, el museo y las puertas de la paz, el monumento a los niños y otras evidencias en memoria de las víctimas; después de haber caminado a la orilla del rio con los márgenes de tierra que aún lucen como calcinados -con destellos dorados y brillantes surgiendo de entre el gris polvoriento de las formas pedregosas y como si al contemplar la escenografía rodara alguna escena desolada de Hiroshima mon amour-; después, tomaron la imagen. Me pareció entonces de la mayor justicia no sonreír como turista bobo ante los restos de una de las bombas nucleares de 1945, explotada cuando estaba ya vencido el gobierno japonés y se infligía un castigo innecesario a la población (lo mismo que a los civiles de Berlín que tienen su emblema en la Kaiser Wilhelm Gedächtniskirche, la iglesia derruida de Kurfürstendamm, en el barrio de Charlottemburg). Los Aliados querían a toda conciencia dejar un testimonio de muerte y destrucción en los países del Eje como legado de su rencor ilimitado, de la ausencia de generosidad, de su humanismo torcido.



Desde ese mi primer viaje a Japón pude percibir el temple del carácter, la naturaleza austera del japonés, la aceptación de la vida que los acerca a un concepto estoico. El no mirar de más, no chistar, producir incansablemente (por ejemplo, cada pequeño trozo de tierra es sembrado y cosechado una y otra vez), no quejarse frente a la tarea a emprender. La tarea de sobrevivir la jornada, la vida, el imprevisto y la tragedia tan impasiblemente como si de un mandato se tratara. Y procurar hacerlo al detalle de una perfección inalcanzable pero siempre presente como guía. De allí que el orden y la disciplina sean una prioridad y el respeto a la autoridad se dé sin cuestionarla en una áspera pero gentil mezcla de autoritarismo y tradición (y sin idealismos, pues es claro que existe un pensamiento crítico, inclusive contra el poder político y económico y sus expresiones que no escapan al fenómeno de la corrupción que es universal, pero se guarda usualmente en el ámbito privado; incluyendo la queja contra leyes severas, multas excesivas e impuestos rigurosos).



Se habla del estoicismo japonés porque este país ha sobrevivido y se ha levantado de tantos desastres naturales y no naturales. El registro de sus temblores, tsunamis, tifones, es impresionante. Un escueto repaso a las estadísticas mayores basta: 22 mil muertos en 1896 por un tsunami; 142 mil en el terremoto de 1923; 6 mil de un tifón en 1959; 7 mil por el terremoto de 1995; y sobre todo, las 180 mil víctimas de la Segunda Guerra Mundial. La tragedia de 2011 ha sido una fatal combinación del poder devastador de la naturaleza con el propiciado por la creación del hombre: terremoto, tsunami y accidente nuclear. Arroja una pesadilla que se cierne no sólo sobre los japoneses, también sobre el resto de la humanidad, para quien la amenaza de Fukushima es una grave advertencia (a la cual ha respondido con urgencia y responsabilidad el Estado alemán al cancelar sus planes nucleares). Lo peor es que se desconoce aún el potencial catastrófico del reciente fenómeno, se ignora el saldo final. Y si bien el uso de la energía nuclear es polémico, tiene detractores y defensores, ¿quiénes responderán por el peligro de las plantas nucleares en Fukushima y el mundo: las empresas, los gobiernos?



Si ha superado en el pasado tantas tragedias naturales, si sobrevivió y se levantó sobre la catástrofe de Hiroshima y Nagasaki y el ataque aéreo que destruyera Tokio, si ha llegado a convertirse en una potencia económica mundial (amenazada por la crisis vigente), es de esperarse que este pueblo abatido termine por erguirse aun más rápidamente de lo que cualquier otro país haría ante semejante circunstancia. Esto lo confirma el hecho de que ya estén trabajando inmediatamente después de la conmoción. E invariablemente lo han reiterado mis conocidos y amistades japonesas: “No nos rendiremos. Sobreviviremos. Reconstruiremos el país hasta la normalidad.”.



Y aunque sea más que notable la aparición televisiva de Akihito después de 22 años de silencio, y diga que está profundamente preocupado, quiero desear -mientras me pienso ahora a mi mismo mirar por la ventanilla del vuelo Hiroshima-Tokio de 2007 la imponente y célebre montaña Fuji, tan cara al Japón (Fuji-shima)-, que el pueblo japonés vuelva a triunfar en su estoicismo; pero a la vez, reflexiono si la humanidad será lo suficientemente estoica como para sobrevivir a sí misma (Camus diría que no).

No hay comentarios:

Publicar un comentario